
LA GRAN PARIDERA: Tras la estación corta de lluvias, los animales llegan a las abundantes praderas de las llanuras de Ndutu, en el Área de Conservación de Ngorongoro. Es precisamente aquí, entre diciembre y enero cuando nacen las crías de las cebras, y en febrero cuando tiene lugar uno de los espectáculos más insólitos de la Naturaleza, la gran paridera de los ñúes, el nacimiento en poco más de dos semanas de cerca de medio millón de crías de ñúes, muchas de las cuales son presas de hienas, chacales y demás alimañas al poco tiempo de nacer, ya que la Gran Migración siempre arrastra tras de sí una gran cantidad de carroñeros y depredadores. Los supervivientes tendrán poco tiempo para coger fuerzas y emprender el largo camino hacia el corredor Oeste. Para los masais, dueños por derecho de estas tierras, los rebaños de animales salvajes son una gran competencia para sus vacas, y siempre culpan a los ñúes de las enfermedades y de envenenar las aguas con sus placentas. Cuando uno cruza Ndutu durante el invierno, camino de Seronera, le parece increíble que esa llanura desértica en la que apenas queda una gacela entre las nubes de polvo pueda albergar semejante espectáculo lleno de vida.
El precioso corredor Oeste de Serengeti es una zona boscosa, la migración se desliza entre los bosques, evitando además las zonas más húmedas, ya que el suelo en esta zona es del llamado “black cotton soil” (barro de algodón negro), un auténtico engrudo para las finas patas de estos cortacéspedes cuadrúpedos, y marchan formando kilométricas columnas. Al cruzar el río Grumeti tienen los primeros contactos con los hambrientos cocodrilos, que llevan un año esperando para saciar su hambre.
LAS FAUCES DE MARA: El mejor momento para visitar Masai Mara es sin duda de julio a octubre. Las suaves colinas de la Reserva están repletas de animales, los animales están completamente hastiados, abunda la comida, tanto para los herbívoros como para los carnívoros. Leones, guepardos, leopardos, hienas, chacales, servales y otros muchos duermen con las panzas llenas. Los buitres llenan el cielo sin saber bien a qué cadáver atender primero. Tan solo los elefantes prefieren irse a zonas más tranquilas, molestos por la gran multitud. Cuando los rebaños se han saciado en la zona Este, desde Sand River al Talek, se enfrentan al mayor reto en su largo viaje, y sin duda a una de las más famosas estampas de la Gran Migración: el peligroso cruce del río Mara, repleto de gigantescos cocodrilos.

La misión de vadear el río se les antoja peligrosa y arriesgada a los ñúes, que parecen alterarse y mostrar un cierto estado de nervios y de ansiedad. Se van concentrando en las riberas del río Mara, que en esa época, gracias a las lluvias de las montañas Mau, donde nace el río, y a su afluente Talek, baja con un generoso caudal. El nerviosismo y el ansia por cruzar se apodera de la manada, y van recorriendo la orilla Este buscando un punto adecuado para cruzar. Las querencias naturales establecen numerosos puntos de cruce, fácilmente identificables por la erosión de las laderas del cauce, sendas de los animales, rastros de hipopótamo y ausencia de vegetación. Sin embargo inexplicablemente a veces se lanzan por cuencas más empinadas y abocados al desastre son arrastrados por la corriente, demostrando lo gregarios que llegan a ser estos animales, y siembran de cadáveres los meandros del Mara, que sirven de despensa a los cocodrilos, buitres, marabúes y otros carroñeros.
Cuando se reúnen en un punto de cruce, excitados y ansiosos braman hasta que uno de ellos asume el liderazgo, se aproxima al borde intentando atisbar algún peligro y decidido se lanza al agua, animando al resto de indecisos compañeros que se lanzan tras él en fila india, iniciando una frenética carrera que en ocasiones acaba con numerosos individuos pisoteados hasta morir. En muchas ocasiones, estos cruces son observados de cerca por enormes cocodrilos, algunos de más de seis metros de largo, que año tras año han sabido perfeccionar su técnica y con suma facilidad arrancan ñúes a la columna y no tardan en devorarlos entre sus gigantescas fauces. Si durante el cruce, tan solo uno de los ñúes duda y da marcha atrás sobre sus pasos, el resto, histérico, emprenderá una deshonrosa retirada, mientras los miembros de la manada que han conseguido cruzar les animan bramando desde el otro lado del río, y no reemprenderán el camino hasta que los restantes se hayan atrevido a cruzar. Las cebras, a su vez, cruzan mimetizadas en la columna de ñúes, aprovechando el cruce de los barbudos para aumentar sus posibilidades de supervivencia.
Una vez superado el mal trago de cruzar el río, pastarán por las verdes colinas de Mara Oeste, salpicadas de acacias “paraguas”, que forman la imagen de la sabana más clásica. Sin embargo estos viajeros no estarán seguros del todo, ya que tanto durante la noche como por el día los rebaños son atacados por clanes de leones, grupos de hienas, parejas de guepardos y otros depredadores que ven cómo en esta época tienen la despensa a rebosar. En octubre, antes de regresar a Tanzania, volverán a cruzar el Mara en dirección opuesta, tiñendo sus aguas de barro y sangre.
Por todo esto, por ser uno de los mayores espectáculos que la Naturaleza ofrece en el Mundo, por ver la abundancia en su máxima expresión, por ver además de los ñúes y cebras, las gacelas, cientos de leones, miles de búfalos, jirafas, elefantes, impalas, facocheros, leopardos, guepardos, e incluso rinos, además de más de 500 especies de aves, merece sin duda la pena darse una vuelta, aunque sea con el rifle enfundado, por las zonas más míticas de las Tierras Altas de África.

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